viernes, 25 de septiembre de 2009

Ascensión


Cada vez que permanezco en las aceras,
las calles se vacían hacia los bordes de la tarde.

Por la avenida irrumpe el cielo en desbandada,
surcos de alcantarilla pueblan un arrebol de suelo
(un negro que se aferra con cada pie que avanza).

Me acuerdo de ti.

Un vislumbre me revela meandros confusos,
callejuelas que pueblan el ocaso de la luz.
Millares de cristales se agolpan en los muros
mientras un ejército de ratas explora el basural de cada esquina.

Piso, firmeza de tormenta.

Debo escapar,
pienso.
Debo subir.

Entonces me encaramo hacia las nubes,
como anhelando el abismo de la altura.

Avanzo.
Sucumbe el pajonal ante mi paso.
Tejo con soberbia un sendero medroso entre mis piernas.
Soplo sobre el viento con fuerza de diluvio.

He ahí el alarido,
cargado de resoplos sin vapor:
¡Tan solo un metro más, un golpe, un muro!

Antes de que el vendaval me devuelva a los conjuros sucios que he dejado,
me asomo ante el vacío,
como un guijarro de aire entre el celaje.

Y me acuerdo de ti.

(Porque siempre, siempre me acuerdo de ti.)



jueves, 17 de septiembre de 2009

Noche sin silencio


Siento la necesidad de algo cuyos contornos no puedo definir.

Siento que el tiempo de un gran giro está por consumarse, por concluir, por dejar de ser, sin que ello signifique que esté yo por llegar a algún lugar o que se avecine algo concreto sobre lo cual sostener mis pasos. No hay primera vez para sentirse distinto, pero ahora soy menos yo que nunca. Algo me lleva a detenerme, me llama a dar dos pasos al costado de mí mismo y pretender observar con cierta calma lo que se oculta en este hervor de mi espíritu. Presiento, como si se tratase del asalto furtivo de una idea tan antigua como el mundo, que he presenciado la develación de un secreto, aunque no sepa —ni pueda saber— de qué estoy hablando en realidad.

Todas las oraciones posibles existen: han existido ya por siempre, aunque a la vez no sean nada más que polvo invisible hasta que una boca las pronuncie. Y entonces son cosa viva, sí, pero solamente para esa boca, para esa voz, en ese breve fulgor que supone toda existencia. Nuestras palabras están condenadas al fracaso y nosotros las acompañamos en su culpa. Ellas y nosotros somos la misma cosa. Siempre.

Nada me corresponde. Nada me justifica. Camino, leo, miro, duermo, pienso, amo... Más que la constante peregrinación en búsqueda de sentidos, intuyo que nada hay tan absoluto como cada paso que se da. Y luego nada. No es que me busque, ni que busque nada más: es que soy siempre yo el encontrado por el mundo en su inagotable movimiento. He ahí la naturaleza divina de las cosas. He ahí mi humanidad.

Soy una pluma sobre el vendaval. Soy una pared de granito. Soy mis dientes y la sal que en su saliva se endulza.

Soy lo que sea capaz de decir que soy. Y nada, nada más.

lunes, 7 de septiembre de 2009

El luto en flor


Uno, negación:
Este capricho tuyo
no es más que la tarde
cargada de una ceniza pasajera.

Dos, distorsión:
Tropiezo, tropiezo,
a pesar de que no he abandonado mi asiento.

Tres, ira:
Con carne he de pagar
esta carne que me duele.

Cuatro, culpa:
Mi mano no deja de golpear mi rostro.
Yo la consiento. Le estoy agradecido.

Cinco, soledad:
Como una esquirla en mis pulmones.
Como un tonel de roca atado a mis tobillos.



Solo el tiempo hará que me libere de este miedo a claudicar.