miércoles, 30 de junio de 2010

Like a Stone


De brazos abiertos
me mira el hombre de piedra.

He venido a verlo con aceite entre las piernas,
coronado él sobre su ciudad de maravillas,
pequeño yo en mi cansancio,
ambos granos de sal entre las nubes.

Él es de piedra erguida
soberbia de multitudes
esencia divina de los cerros;
yo soy nada
un vagabundo apenas
tan sólo un parpadeo del cosmos.

Lo veo así
tan encumbrado
y extiendo mis brazos en cruz.

Frente a frente,
la misma postura,
el mismo rostro.

Es un acto de risa esto de enfrentarlo,
escultura sobre lápida,
mueca tendida entre los tapiales del cielo y el infierno.

Entonces ocurre el milagro:
El hombre mueve un brazo
asiente la cabeza
vuelan sus ojos para atravezarme.

Yo levanto la mano y le muestro los dientes, riendo.

¡Es la maravilla bajo el firmamento!
¡Es el asombro!

Apuro mi mirada a los costados
buscando el estruendo del prodigio
pero nada.

Nada, sí, nada.

Nadie ha visto el saludo del hombre,
nadie me ha percibido aquí;
pero él lo sabe y yo lo sé:
somos una misma cumbre
rodando suelta por el mundo
riendo la desdicha de haber nacido así,
de piedra.