jueves, 30 de diciembre de 2010


Otra vez, como nunca antes,
aquí,
bajo el alud del tiempo en la memoria.

¿Recuerdas aún el furor por el que nos unimos,
la terraza y su noche abrupta,
el auto llevándonos hacia la madrugada,
desnudos ya, vencidos,
bajo el místico ritual del deseo martillando la sonrisa?

Ahora, a veces, ya ni siquiera somos polvo.


Padecer por uno mismo es quizá un asunto de mórbido placer.

presunta muerte tras el final del juego,
simulacro que nos lo quita todo.

Basta un error para aplastarnos,
por el resto de los siglos.

sábado, 25 de diciembre de 2010

El final de los días


Para Michelle

I

Hola.
Te busco al pasar.
Y te recuerdo siempre.



II

Un sendero florido abierto en la mañana.
Los párpados de la ciudad bajo la luz del día.

Eres tú en las páginas blancas de mi memoria.



III

Te miro escondida en mi labor de vagabundo
marfil pendiente de los árboles
promesa de las esquinas por donde avanzo buscándote.

Ignoro por qué no estás cada vez que te encuentro.

No puedo verte, pero te invento,
y a cada paso que doy me parece que en tu voz está el faro que
[persigo.

Hablamos,
como lo hemos hecho siempre:
yo encadenado a mis entrañas que suspiran,
tú ausente.



IV

De pronto veo mis palmas vacías.
Ahora sé de su rumor de sangre.
            Suspiro.

Me cuesta creer que estos rayos de sol son solamente resultado de mi
[fiebre.

La mañana es un zaguán hacia la noche,
            (lo sé)
un último suspiro antes del mar hambriento,
furioso,
perfectamente incólume a mis súplicas sombrías.

Me niego a despertar.
Sé que tú no estás fuera del hueco de mi almohada.



V

¡Ah, miseria del mundo
acobardado entre el lastre y la ruina
de todo esto que he inventado en tu gloria!

Empiezo a saber.
Empiezo a darme cuenta.

Acaso inventarte no es tarea del tiempo sobre el tiempo,
infinito que se desmorona quebrándome los huesos que son nube y
[polvo y sueño.
            Nada más.

Eres mi grito desesperado frente al ocaso de los días.

Por eso te veo así:
tan como tú.



VI

Quiero la madrugada a cuestas
amándome tú, yo amándote
sudor mordiéndonos los rostros y cobijando el vapor de nuestras
[sombras
tu olor con el mío dibujados
tu sangre en mi pelo lavándome los ojos y la lengua
mis manos sobre tus manos con los dedos rotos por nuestros bramidos
[imposibles
hervidero en las pieles que nos hacen ser lo que somos
tan encumbrados en la furia de donde nacemos tras cada muerte
uno con otro
uno sobre otro
tú y yo.



VII

No te vayas.

No te vayas porque en el viento que dejas está el fondo de mi noche.

No te vayas porque tras tu perfume quedo yo barrido sobre mi propia
[ceniza.

No te vayas porque no soy yo quien pueda verse sin ti
            porque eres corazón en mi corazón
            herida en mi herida
            en donde has sido hecha y creada
            a semejanza mía.



VIII

Tiemblo ante la renuncia.

Arrojo golpes y más golpes en mi pecho
            (inútil terror de penitente)
doblegado en tu distancia mientras te sueño por las calles,
esa ilusión de los cristales que han crecido en mis pestañas.

Es un grito silencioso esto de morder mis manos y mis piernas,
tanto augurio de silencios sin orilla, mujer,
tanta penumbra al recordar que no estás ni eres ni fuiste nunca.

Me quiebro yo en mí mismo
pensándote como si en algún lugar fueses posible.

No puedo ni sé cómo podré olvidarte.



IX

Hay tanta violencia en pensar
que uno no es dos sino uno
y condenarse a la inagotable desdicha del deslumbre.

Te he buscado en el huracán
en las callejuelas tejidas tras los párpados de un sol que me lacera.

Te he esperado volver
por un agujero que no existe en esta pared tan de infinito
y no hay sino fastidio de mí contra mí
buscándote y queriéndote y amándote
perdido en el horror del tiempo hecho de niebla
como un devoto sin fe
como la espuma perdiéndose en la arena.

Te espero donde no existes
donde no eres
donde estás muerta.

Donde el frío del metal es pasto de horas y una grieta abierta hacia
[el infierno.

Te amo como el feto a su vientre
o el grano de cal a su montaña.

Nada me dice el día más que pasos sobre estas aceras en las que
[estoy perdido.
Y no puedo más
ni llorar
ni padecer
ni escupirle a las comisuras de mi pecho en llamas
ni lanzar más golpes de titán contra las plumas en el aire
ni pensar y repensar y volver a pensar
en tu figura de luz
tan ángel en estas arterias que me estallan
tanta fantasía en las costuras de mis ojos.

Sufro el embate de los días crispándose en mi cabeza,
y mi resignación es un alud de espasmos sobre un músculo
[que tiembla.

¡Maldita mi mirada de pez en el diluvio!
¡Malditas estas horas, este ardor en el pecho, estas lágrimas
[repetidas hasta la estupidez!
¡Quiero cansarme de morder mis almohadas infladas de sal,
dejar de esconderme hasta reventar mis ojos en un vendaval que solo
[yo escucho,
liquidar de una vez por todas tanta pesadumbre de insecto!

¡Maldito!
¡Yo maldito!
¡Yo, condenado al fuego!
¡Yo, cansado de ser yo!
¡Maldito yo!
¡Yo maldito!



X

No hay asideros en mi borrasca:
me hundo con todo el peso de la furia hacia la inmensidad del pozo.

Mi oficio, amor, será por siempre buscarte.

Y así,
            por siempre perderte.



viernes, 17 de diciembre de 2010


La niña salió de su agujero
con sus recuerdos todos aún anclados en la noche
(eso pensó).

Manos sobre las rodillas en la habitación oscura,
ardor de corazón en las pupilas
(eso sentía).

En la memoria la invención del sueño,
viejo remordimiento de las horas a tientas
(eso quiso ser).

Pero bastó ascender a la mañana
anuncio amarillo de las nubes en el rostro
(azul sobre azul entre los techos)
polvo revestido por la cima de cada calle y cada gesto.

Más que un espejismo de su alma
fue el golpe mismo de la luz sobre sus pasos.

Estaba sola,
era buena,
y el soplo de su nombre la esculpía al cielo.

La niña descubrió la paz tras la desidia
y el agua cristalina de los muros,
por donde escalar al mundo y contemplarlo,
desde una copa azul.

martes, 7 de diciembre de 2010


Penumbra en la pradera
por donde corre un vendaval de piedra.

El peso de la sombra es una alarma de mar sobre los árboles.

Los días pasan
y cada gota es una víscera abierta sobre el fango.

Estoy furioso
rasgando el piso como la pezuña y sus relámpagos de cal,
de sangre,
de fuego bajo la testuz del monstruo
(que soy yo).

Pasa una semana y luego otra,
pero no claudico,
no.
No me reviento en el sinfín de la caída,
no reniego del polvo pegajoso que gotea en mis narices
ni desdigo del ardor de espinas que me ha nacido en la mirada.

Quizá clavar mis cuernos y mi voz bajo las rocas.
Quizá dormir.

La niebla desdibuja el cataclismo:
golpes de garrote sobre el perfecto vaivén de mi entera superficie.

Cuánto derrumbe en esta tarde abierta
parida a gritos en las comisuras de mis huesos
entre mis ingles y mi piel de lagartija.

viernes, 3 de diciembre de 2010


Una piedra en el piso como el filo de una daga.
Un paso
dos, tres
el remolino de un páramo en picada
y el horror de un horizonte en telas púrpuras.

Te extraño tanto
tanto, tanto.

Es un aliento frío alrededor de mi cintura
un alacrán de polvo trepándome las grietas de la tarde
un golpe como un año
como dos
vislumbre del crepúsculo que es principio, fin y todavía.

¡Te extraño tanto
tanto, tanto!

La última fibra de mi sal evita que me pudra
refugio de aprendiz ante la muerte
página de arena derramada tan por el costado de mis huesos.

Es tanto, amor,
y tan vacío.

Como la roca sin señal.

Como el rostro del adiós entre los pájaros.