viernes, 10 de junio de 2011


Una mancha, una presencia, un golpe dentro y fuera de los párpados,
un aleteo que oscila,
un peso como de invención hecha de trapo,
una crueldad sobre mí y en mí metida,
un guijarro de papel en el temblor de la caída.

Siempre la calavera estúpida siguiéndonos los pasos,
inflada, nauseabunda y aburrida,
harta de la ruina que traza círculos en nuestras pieles.

Tantos tú, tantos yo,
luz en tumbos contra las piedras de la calle,
niños con muecas ante el furor salvaje de los días que pasan.

Solo,
distraído,
como un látigo del cielo calcinándonos los ojos,
el beso de la tonta muerte lamiéndonos las uñas
y el amor quebrándose los huesos.





miércoles, 4 de mayo de 2011


La noche especta.

Tiembla un dardo que de mí te persigue.

Silba en mis oídos (sólo en ellos) el nítido golpe de tus pisadas en la
[aurora.

Escapo de este tibio tedio envuelto en pliegues y retazos,
del daño que me trae el peso de saberte como prendida entre las
[ropas de mi alcoba,
aquí,
demonio adjetivo de ceniza,
culebrino esparadrapo de la tenue madrugada que se respira a
[tientas.

Aun queda una mancha de sangre debajo de mi sueño,
allí donde el vapor es piel de piedra blanca para mi deseo.

Escapas tú.

La noche como un músculo hinchado,
como una huella en el sendero que acorrala la ausencia insoportable.

Escápate, sí, como si fueses de niebla azucarada.

Porque lo eres.

domingo, 1 de mayo de 2011


No llueve sino por horas rotas,
azules,
prendidas en mis lagañas de animal que no se esconde.

Unos nuevos labios son mi ventana a la calle
—parte de la ilusión que se me vuelve pavor en el recuerdo—,
cuatro pequeños puntos sobre la piel de mis pupilas,
ahí, en la mitad,
cortando la sonrisa como por dentro de mí.

Hay que claudicar para no perder el apetito,
aquí, allá, por fuera y por debajo,
a saltos de ciervo herido entre las polvaredas que me arroja el techo.

¿A dónde te fuiste, pues, mujer de lluvias azuladas?

Debí hacerte caso y coser en tu piel un poco de estos recuerdos de
[futuro,
para obligarte a regresar.

Te espero, y mientras tanto sigue la lluvia rota a borbotones.

Este es el polvo en el que imagino la ciudad,
inflándome la boca con la que masculla el pecho,
en sueños con el ángel de mechones amarillos
y un poco de hiel sembrada en las bifurcaciones de los ojos.



martes, 26 de abril de 2011

Recuerdo II


Silvana y Mauro
como dos niños perdidos jugando en el calor de la autopista.

Ella me confunde y me saluda
enrolla un cigarro
(un ojo más arriba que el otro)
gira sobre sus dientes sonreídos.

Él por ahí
juntando unos centavos
rascando con sus pasos la piel de la avenida.

La gente no tiene nada
ni qué comer
ni dónde dormir
ni hilos de colores con los que bordar los banquetes del futuro
[que imagina.

Se camina como se contempla una nube o se respira el viento:
saltar de esquina en esquina es un asunto de fe.

Él tiene medio siglo cuando engulle la merienda
(un solo diente le ha dejado el crack).

Ella es una niña cuando nos cuenta de su hija que la olvida.

Vamos los tres en busca de agua
y un carro que nos lleve al hogar que no tenemos,
pero la noche es tan seca
tan lejana la estación,
las sonrisas y los juegos tan poca cosa entre el silbido del tiempo que
[se escapa.

Si de cada plato de comida sacamos un mendrugo
unos pocos sorbos de cada una de esas jarras
tendremos suficiente, ¿verdad?
¿Quién podrá ayudarnos de toda esta gente que pasa como un
[batallón de moscas asustadas?

Silvana, Mauro
como dos juguetes del destino
como dos meteoros quemándose en los cielos
apenas nacida la noche del mundo.

(João Pessoa, Brasil, 16/05/10)

martes, 5 de abril de 2011


Madrugada,
piel ebria en su fugacidad,
baba salina partida por un cáustico retumbar de bestias,
arcos animales hacia el centro de su propio remolino.

Hemos llegado aquí consumidos por el día y por la noche,
cubriendo nuestra apatía con hilachas que fingen un perfil de
[asombro.

Somos quejumbre lasciva,
cuerpos hechos con fibras de lo que no queremos ser,
acaso sudor que oculta su vacío de pasado y de futuro.

Si supiera por qué te han enviado a este lecho tantas veces repetido,
quién se esconde en la armazón de huesos vencida aquí bajo mi peso.
Nada de eso: solo un clamor de suciedad creciéndonos entre las
[piernas,
danza lúbrica que cree erguirse sobre sí para apaciguar su
[llama indomeñable.

Carne, botón de rosa,
ácido sabor de piel sudada y rota,
que no significa nada.

domingo, 20 de marzo de 2011


Finalmente, tirano, has vencido.

Tu hervor de pasto seco
ha dejado de crepitar en mi mirada,
y hasta la tromba de los días de la angustia
es ahora un recuerdo hecho de humo.

La avalancha ha terminado.

El valle persiste en su silencio
bajo el aguijón de las estrellas.

No hay ya violencia en el relámpago,
ni dulce calma en la parsimonia de las nubes.

No queda nada.

domingo, 6 de febrero de 2011


Entre los ladrillos de este cuarto
hay grietas en las que me he hurgado por siglos.

Soy ese mosco que me puebla la mirada,
dando vueltas como idiota alrededor del foco,
obseso y minúsculo,
tan absorto en su afán como el agua que gotea en la caverna.

De tanto rascarme la sangre de las uñas
empiezan a crecerle manchas a mis ojos.

Busco adentro el prado de flores amarillas
(o verdes, o azules, o violetas)
para avanzar por él en busca del pasado que no tuve,
peinándole a mis suspiros sus penachos de plenitud vencida.

Afuera, cosa rara,
la noche estirada de punta a punta.

En ella yo, como podrido.


lunes, 24 de enero de 2011

Recuerdo I


Un fuego para alumbrar la noche,
un río para acompañarla,
árboles para formar un ruedo en la ribera.

Un libro para garabatear el pasado,
un dulce para ignorar la fatiga,
un manojo de fotografías para bailar con la memoria.

Una brisa para pensar en el mañana,
estrellas para imaginar el infinito,
una sabana eterna para atravesarlo.

Ah, corazón tan solo.
Ah, músculo sin cansancio.

Una carretera para alejarme,
un rumbo para perderme por el prado,
dos ruedas, dos,
para burlarme del olvido.

(Rápidos del Kamoirán, Venezuela, 15/03/10)

miércoles, 19 de enero de 2011


Todavía le escribo cartas de amor a mis paredes
como queriendo juguetear con sus arrugas y sus pestañas blancas.

Quizá antes,
aún sin conocernos,
cuando nos rondaba la codicia del futuro
y los ladrillos en las plazas no nos habían mostrado su dentadura de
[puñales.
Antes, digo,
cuando éramos lo mismo que nuestra propia piel.

Ahora ya no. Ya nunca.

Cómo decirle a mis ojos que no volverán a recorrer tu espalda
[henchida por nuestro amor inútil.
Aquí y allá, siempre la soledad pateándonos en la cabeza.

Sigamos, pues,
cada quien con su culpa y con su ira,
dándole de piedrazos a las eternas nubes.

martes, 11 de enero de 2011


Hora tras hora retorno al mismo pensamiento,
como la luz que roe con su peso la forma de las olas en el cielo
y tiñe las piedras rotas con que esta ciudad ha sido hecha.

Aquí, adentro mío,
me habita una multitud de marionetas:
la confusión de cada quien que he sido,
y a la vez,
la simpleza de un recuerdo solamente.

Olvidar equivale a morir,
a matar con desenfreno,
a mutilarse la piel que cubre el pecho.

Por eso vuelvo a la intención de extraviarte como se vuelve al fruto
[en la mañana:
nada más que resignarse a la caída,
darle paso a los días sobre el alma,
reírle a esta mortaja hundida entre los tajos de la tierra.