miércoles, 4 de mayo de 2011


La noche especta.

Tiembla un dardo que de mí te persigue.

Silba en mis oídos (sólo en ellos) el nítido golpe de tus pisadas en la
[aurora.

Escapo de este tibio tedio envuelto en pliegues y retazos,
del daño que me trae el peso de saberte como prendida entre las
[ropas de mi alcoba,
aquí,
demonio adjetivo de ceniza,
culebrino esparadrapo de la tenue madrugada que se respira a
[tientas.

Aun queda una mancha de sangre debajo de mi sueño,
allí donde el vapor es piel de piedra blanca para mi deseo.

Escapas tú.

La noche como un músculo hinchado,
como una huella en el sendero que acorrala la ausencia insoportable.

Escápate, sí, como si fueses de niebla azucarada.

Porque lo eres.

domingo, 1 de mayo de 2011


No llueve sino por horas rotas,
azules,
prendidas en mis lagañas de animal que no se esconde.

Unos nuevos labios son mi ventana a la calle
—parte de la ilusión que se me vuelve pavor en el recuerdo—,
cuatro pequeños puntos sobre la piel de mis pupilas,
ahí, en la mitad,
cortando la sonrisa como por dentro de mí.

Hay que claudicar para no perder el apetito,
aquí, allá, por fuera y por debajo,
a saltos de ciervo herido entre las polvaredas que me arroja el techo.

¿A dónde te fuiste, pues, mujer de lluvias azuladas?

Debí hacerte caso y coser en tu piel un poco de estos recuerdos de
[futuro,
para obligarte a regresar.

Te espero, y mientras tanto sigue la lluvia rota a borbotones.

Este es el polvo en el que imagino la ciudad,
inflándome la boca con la que masculla el pecho,
en sueños con el ángel de mechones amarillos
y un poco de hiel sembrada en las bifurcaciones de los ojos.