sábado, 13 de abril de 2013

Hermana

                                                                          Para Norely

Ella me dice que ella ha muerto
(de eso siempre es mejor no hablar)
y torna a mirar la jarra amarillenta
en la que la noche se consume.

Detenida queda la lágrima en el interior del hueso,
debajo de las voces sucias de estas calles enredadas.

Silente el pulso del verano entre las sombras
(yo la agarro de la mano, ella la retira),
murmullos de la madrugada escondiéndose en los ojos.

¿A dónde hemos de ir cuando la luna,
impasible guadaña de final y despedida,
nos quite estas sedientas ansias,
este móvil y antiguo clamor de las heridas?

                                           (Ella duerme tras el vendaval,
                                  sueña con despertar en otro tiempo,
                                                                   en otro lugar.)

Ella me dice que ella ha muerto, sí,
en el sollozo aleve del pasado entre su pecho y su mirada,
como un enigma fresco de aguijones y alabanzas.

Y ella ha muerto con ella, acaso,
suspenso suspiro de su tiempo y de su canto,
sutil aroma azul en el recuerdo de su enorme expiración.

Ah, noche,
si supieras tú de nuestra inútil persistencia,
corriendo siempre hacia el final de la marea,
sumidos en la lucha incomprensible
de nuestro diminuto amor.