Me acerco a los 30 años, y nada sé.
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Como un enorme lago al que no le abastece lo suficiente el agua que los arroyuelos en sus bordes acumulan de la lluvia, que marcha en mutismo de piedra verde hacia un fin tan inexorable como cualquier atardecer, avanzo, avanzo en frenético desconsuelo.
¿Pero a dónde?
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Hiervo, mas no digo nada.
Fallezco, mas no imploro.
Infernal y a la vez calmo: soy un cielo en llamas.