Todavía le escribo cartas de amor a mis paredes
como queriendo juguetear con sus arrugas y sus pestañas blancas.
Quizá antes,
aún sin conocernos,
cuando nos rondaba la codicia del futuro
y los ladrillos en las plazas no nos habían mostrado su dentadura de
[puñales.
Antes, digo,
cuando éramos lo mismo que nuestra propia piel.
Ahora ya no. Ya nunca.
Cómo decirle a mis ojos que no volverán a recorrer tu espalda
[henchida por nuestro amor inútil.
Aquí y allá, siempre la soledad pateándonos en la cabeza.
Sigamos, pues,
cada quien con su culpa y con su ira,
dándole de piedrazos a las eternas nubes.
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