lunes, 6 de febrero de 2012

Visiones trasatlánticas (narcosis de A.P.)



Hoy apareciste en un sueño.

Estirabas el tiempo hacia más allá de las montañas,
hasta el lugar en donde no hay pasado ni futuro,
donde los pueblos guerrean por gobernar sobre las sombras de su
[sabiduría.

Era yo soldado y prisionero, yo mismo y mi doble,
a veces hombre, a veces nada más que un peón del cautiverio,
acaso un ancla en la repetición de lluvia sobre las rocas.

A veces era quien soy, y me acostumbraba al vaivén de la marea.

Por la mañana, hilos de seda,
por la noche, nieve.

Un grupo de mujeres cocinaba para mí (para nosotros),
y eran ellas nuestro pendón de ofrecimiento, nuestra paz en el hielo
[silencioso de las cumbres.
(Pienso en la corpulenta, sobre todo, a la que ni su marido podía
[doblegar,
tan distinta de aquella otra joven y delgada,
pequeña fruta en la cual confiar en medio de la jungla.)

Supe (lo sabíamos) que los antepasados de esas tierras habían sido
[bombardeados.
Lo vimos dibujado en un tiempo paralelo,
cuando los sabios corrían a campo traviesa (¡caos, pánico, fuego!),
traicionada su hermandad por quienes los atacaban desde el cielo.

Quien conoce el sentido de la vida humana
alcanza el fondo de la alegría.

Supe (también) que nada podría hacerse sin el pálpito genuino de
[nuestra sangre.
Por eso fue todo inmenso cuando llegó tu mensaje:
buscabas (como yo) la protección del presidio, el trabajo a cuestas
[contra la montaña,
la alegría de nuestra presencia detrás del muro de las fortalezas.

Quizá nunca recordaremos la celebración sagrada de la ofrenda,
imposible figura de artificio para quienes nada poseemos.

No dejes tu copa de oro
vacía, contra la luna.

Apareciste, pues: hemos llegado ya.
Atrás quedan nuestros mares y desiertos.
La llave, al fin, nos será entregada.


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