domingo, 8 de enero de 2012
































Llega cansado el fardo de la tarde,
quemando con cólera el pellejo de las piernas,
gruta y remolino del dolor sembrado en las espaldas.

Cuánto tiempo aquí tú y yo,
piedra,
de pie sobre la cumbre de todo lo que existe,
rostro de soberbia y vendaval,
gozo de la inútil prepotencia que elevamos
hacia el infinito polvo que nos cubre.

Mar envuelto en piedra soy,
grito de soledad ondeando una tempestad de lápida,
diminuto bajo la sombra de la nieve,
traslúcido cuerpo ante el sinfín de la hondonada.

Hay tanto frío en la piel,
que me quemo,
me quemo,
y es solo un soplo el retumbar del mundo que se agolpa
bajo los dioses que inventamos en el cielo.

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