viernes, 16 de noviembre de 2012


Sacudo un grito ácido que calienta mis pulmones.

No escucho nada. Nada entiendo.

El asco de la creación está cayendo sobre mis escombros,
               (pedradas de sanguinolencia y lastre)
basura sideral golpeando mi frente de animal embravecido.

Los siglos han acumulado su furia para arrojarla contra mí,
para destazarme como a un pulpo muerto,
como a una cobarde y risible lagartija,
hirviente agonía de sangre negra entre las uñas y los labios.

Baile de buitres este sobre mi piel insepulta,
enjambre de gusanos sobre el cadáver de una luz recién nacida.

¡Ah, demonios!
¡Yo los desafío!
¡Yo me enfrento a sus estrellas y a su danza eterna!

No verán descender más mi rostro acalambrado,
ni obtendrán de mí otra cosa que el injurioso vacío de mi voz.

Nunca más, maldita muerte,
has de inundar los poros de este cuerpo.
¡Nunca más, te grito, nunca más!

Aquí solamente hay odio, obcecación, un maremoto indomable,
una sombra erguida entre el ardor de un monstruo moribundo,
la pálida constelación de la noche sin mañana,
y acaso un puño obsceno,
elevando su furibunda efusión
hacia el divino llanto que nos desdeña por debajo de los cielos.


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