viernes, 17 de diciembre de 2010


La niña salió de su agujero
con sus recuerdos todos aún anclados en la noche
(eso pensó).

Manos sobre las rodillas en la habitación oscura,
ardor de corazón en las pupilas
(eso sentía).

En la memoria la invención del sueño,
viejo remordimiento de las horas a tientas
(eso quiso ser).

Pero bastó ascender a la mañana
anuncio amarillo de las nubes en el rostro
(azul sobre azul entre los techos)
polvo revestido por la cima de cada calle y cada gesto.

Más que un espejismo de su alma
fue el golpe mismo de la luz sobre sus pasos.

Estaba sola,
era buena,
y el soplo de su nombre la esculpía al cielo.

La niña descubrió la paz tras la desidia
y el agua cristalina de los muros,
por donde escalar al mundo y contemplarlo,
desde una copa azul.

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