viernes, 10 de junio de 2011


Una mancha, una presencia, un golpe dentro y fuera de los párpados,
un aleteo que oscila,
un peso como de invención hecha de trapo,
una crueldad sobre mí y en mí metida,
un guijarro de papel en el temblor de la caída.

Siempre la calavera estúpida siguiéndonos los pasos,
inflada, nauseabunda y aburrida,
harta de la ruina que traza círculos en nuestras pieles.

Tantos tú, tantos yo,
luz en tumbos contra las piedras de la calle,
niños con muecas ante el furor salvaje de los días que pasan.

Solo,
distraído,
como un látigo del cielo calcinándonos los ojos,
el beso de la tonta muerte lamiéndonos las uñas
y el amor quebrándose los huesos.





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