Un pez descomunal se juntó a las orillas
y peló su cadáver
de norte a sur.
Su columna seca
se erizó de rocas y se pobló de hilazas de agua.
Tejieron en sus espinas
túneles y picos los torrentes de aire,
los golpes circunspectos del hielo y el calor.
El duro calcio fue polvo y el polvo tierra,
y la tierra verdor de hojas, baile de espigas,
sangre habitada por el fervor de la bestia y el llanto de sus víctimas.
El gran pez se tornó en el mundo mismo,
en el relieve imposible que lastima el globo
de norte a sur.
De norte a sur.
¡Tanto he andado de norte a sur!
Adiós, pez, adiós.
Suficiente me has vencido.
Raído te abandono,
cabizbajo,
pero con una gota de tu sal en la sonrisa.
(Sabaneta, Venezuela, 28/01/2010)
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