lunes, 24 de diciembre de 2012

Un día que pudimos haber estado al otro lado
y no estuvimos.
Gioconda Belli: "La eterna pregunta" (1974)


Por largos días he luchado contra la lluvia,
esta lluvia vertical y helada
que repica sobre mi tarde y la llena
de la ausencia de ti.

No sé por qué mi pecho imaginaba
que habríamos de ser
lo que no fuimos.

Como una corola al viento es ahora mi silencio,
aprisionada mi voz en el murmullo gris que me visita desde el cielo,
triste soplo que mi mirada arroja hacia los confines de este fango en
[que me quemo.

Del tiempo no nos queda sino el dolor;
después ni siquiera eso.

Llueve sin reposo sobre mí,
sobre mis imaginados mediodías,
sobre las ruinas de este ardor que nunca fue,
ni pudo ser,
                 ni nada.



viernes, 16 de noviembre de 2012


Sacudo un grito ácido que calienta mis pulmones.

No escucho nada. Nada entiendo.

El asco de la creación está cayendo sobre mis escombros,
               (pedradas de sanguinolencia y lastre)
basura sideral golpeando mi frente de animal embravecido.

Los siglos han acumulado su furia para arrojarla contra mí,
para destazarme como a un pulpo muerto,
como a una cobarde y risible lagartija,
hirviente agonía de sangre negra entre las uñas y los labios.

Baile de buitres este sobre mi piel insepulta,
enjambre de gusanos sobre el cadáver de una luz recién nacida.

¡Ah, demonios!
¡Yo los desafío!
¡Yo me enfrento a sus estrellas y a su danza eterna!

No verán descender más mi rostro acalambrado,
ni obtendrán de mí otra cosa que el injurioso vacío de mi voz.

Nunca más, maldita muerte,
has de inundar los poros de este cuerpo.
¡Nunca más, te grito, nunca más!

Aquí solamente hay odio, obcecación, un maremoto indomable,
una sombra erguida entre el ardor de un monstruo moribundo,
la pálida constelación de la noche sin mañana,
y acaso un puño obsceno,
elevando su furibunda efusión
hacia el divino llanto que nos desdeña por debajo de los cielos.


sábado, 3 de noviembre de 2012


Un paraguas cuelga de la noche,
entre las luces de una vieja rama.

Por aquí ha pasado un vendaval de flores, pienso.

           (No espero nada del abismo,
           solo el amor vivido.)

Estas piedras en la ciudad me dicen algo.
Ha sido tanto, tanto tiempo
sin caminar prendido de unos muslos repletos de alegría,
sin soportar el fuego amoroso en lluvia desde las alturas de la sangre.

¿Qué habremos de perder
arrojándonos de nuevo al tragaluz
de esta cresta escarpada hacia el amanecer del día?

           (Lo poco desaparece
           y se contiene en el pasado.)

He de morderme la lengua
cada vez que un látigo la encienda.

He de sacudir el polvo acumulado entre mis dedos
si quiero alcanzar esta nueva lumbre que se imagina eterna.

¿Sufro o no una invasión de cataclismos,
ahogándome en las fábulas que mi corazón dibuja enfurecido,
controlando el entusiasmo para no insistir hacia el vacío?

Tiempo feroz,
extendido en los aposentos de la luz,
sobre la herida íntima de estos nuevos ojos ante los que soy nacido.

           (No te recuerdo ni te olvido,
           solo te vivo.)

Ah, mundo despertante,
abismo silencioso y fatal
al que todos acudimos conmovidos.

Ahí, de nuevo,
como un imán del tiempo agolpándose en las sombras,
fugaz fulgor de las entrañas que sacudiéndose palpitan:
ese paraguas sin lluvia,
suspendido entre las ramas de la noche,
diciéndome el furor que ha de nacer de entre el sopor de mis espinas.


jueves, 20 de septiembre de 2012

Despedida


We are such stuff as dreams are made on,
and our little life is rounded with a sleep.

Un timbre que golpea la tarde,
y tras él el llanto, el luto de la tierra.

Ha muerto Pedro, dicen.
Ha muerto Pedro en su colchón sin dueño.

Golpean los vidrios las lágrimas del viento,
aquí, en mi habitación,
sin el espacio redimido del sollozo,
aliento del diluvio roto en el sepulcro de mis venas.

(Contemplo la roca con la que se pinta
el cielo terminal de este verano:
acaso un olvido de las nubes,
o un insulto del azar entre las manos.)

Ha muerto ya, dicen,
como todos habremos de morir,
entre el clamor de la multitud o el refugio del olvido,
como un suspiro de la tempestad donde camina el extravío.

No hay salvación,
ni misericordia.
No hay sino rocas lloviendo desde las alturas,
sepultando nuestro aliento de olvidados vagabundos,
nuestra risible angustia de huérfanos frente a los días y las horas,
nuestra pobre ilusión de permanencia en el rocío que cubre nuestro
[mundo.

La voz del cántico, ese dardo de tinta oscurecida.

La muerte.
¿Dónde está la muerte?
¿Dónde está mi muerte?
¿Dónde su victoria?

Aquí el murmullo del amor nos unta su vacío,
apenas si la sombra del perdón en el que habitan los espinos.

Nada que decir ante el mirar postrero,
esta solitaria errancia de la pena entre los pasos,
esta ofrenda de adiós a la imbatible prepotencia de los cielos.

Sabemos
que el peso de la sucesión hace temblar las rocas,
que el destino ofrece polvo a nuestra iluminada fantasía,
y que el dolor de los muertos
siempre seremos los vivos.


Pedro Landázuri Camacho (1956-2012)

miércoles, 15 de agosto de 2012

Éxodo


Guápulo, septiembre de 2009














La noche en círculos sobre la plaza,
abajo la multitud como campana.

Abanicos de dientes en los portales encendidos,
luz de piernas apretadas sobre los tapiales de piedra,
cocido retumbe de todas las pisadas a la vez.

Soy feliz,
como el petardo que se consume allá en la cumbre
sobre la muchedumbre en fiesta.

Truenan los fogonazos esculpidos desde la polvareda,
flores blancas de azufre arriba de las cabezas asombradas,
rumor en círculos perfumados de cántico, aguardiente y fruta.

En la mitad de la feria despierta la fortaleza,
humareda de polvo, luz y llamarada,
ímpetu acumulado en el temblor de las estrellas
agolpado aquí para encender el corazón en la calzada.

¡Tanto bullicio de carcajada inflándose en los poros,
brazos calientes labrando el fuego en henchida ceremonia,
piel iluminada de sudor como lamida por el cielo,
pegajoso desconcierto en hervidero de artificio y música estridente!

Vamos ascendiendo, amor,
desde el fondo del clamor en desbandada,
desde la fiesta que el infierno ha desatado en las profundidades del
[caldero.

Ahí un volcán explota tras dejar la palma de una mano.
Allá se dispara el meteoro que escondía su revuelo en unas hojas.
Aquí yo, profundo,
como uno de los gritos bullentes del marisma,
traspuesto enigma de la horda que se crispa entre las olas de la
[tierra.

Otra llama en el cielo de la noche,
otro aleteo que se cuela por las fibras que sostienen nuestras piernas:
pilares, gargantas, corazones, remolinos,
esquinas pobladas de pendencias y garrotazos amorosos,
entre parejas y racimos henchidos de sonrisa.

Las casas colgadas por el declive del cerro
han puesto picas de neón y serpentina
en el perfil de la hondonada.

Subimos, pues,
dentro de la enorme mancha que carcome la ladera.

Hay un fervor de cataclismo en esta marcha de sombras encendidas,
una usurpación a la eternidad de los astros
escondida entre el gentío que camina,
cuesta arriba,
hacia los portales de las nubes exhaladas por los cuerpos.

La noche es ya un suspiro de final que huye hacia los valles.

El alboroto de la muchedumbre se retira rumbo a la cresta iluminada,
refugio tras los muros y terrazas
del mundo suspendido entre el repliegue de las sombras.

Amanece.
Recoges tu pelo,
caminas de mi mano entre los velos de pólvora que se alejan,
agitas tus pulmones con el aire blanco de la fina madrugada.

Mientras a nuestras espaldas quedan las voluptuosidades del ritual,
una refulgencia de complicidad cruza de tu rostro al mío,
y es la oscuridad iluminada,
de nuevo el músculo festivo amarrándose sobre los huesos,
el hierro en fuego azul que se hinca como fiebre en mi mirada.

Contempla ahora la ciudad.
Cómo parece encorvada y lastimada entre sus faros de piedra.
Cómo se retuerce en su arrogancia de hierro y multitud bullente.

A la vez,
cómo persiste en su vital mañana:
anclada mueca de la montaña al cielo,
breve sonrisa al universo
desde las entrañas de la tierra.



viernes, 13 de julio de 2012

Fiesta

                        


















                                                1

                             La conciencia en sombras
                        me ha rasguñado como a la luna
                                  podría hacerlo
                             un gato triste.

                        Hoy tengo una cita,
                                                me dice la voz.
                        ¿Me esperas?,
                                                contesto.
                        Habrá quizá un momento claro
                        que, libre de excesos,
                                                 transite cerca.

                        Perdiz, perdiz:
                             Vous m'accompagnez, Madame?
                             I don't think so!
                        Mejor espérame en el cielo suelo.


                                               2

                        Tres rojas agujas verticales
                                  cerquita, cerca
                        cuelgan sin bailar
                                                bailan.

                        Esa luz me está tapando el sol
                                   ¡Ay, ay, ay!
                             ¿Para qué los espectros?
                        Yo ni siquiera quiero sol
                             Lo que quiero es...


                                              3

                             No es un conejo lo que bailotea en el techo.
                        Es más bien una pezuña.
                                       ¿Una pezuña?
                             ¡Que baile!
                                       ¡Que baile el búho en las estacas!


                                              4

                        Vodka tres,
                                          ron tres cincuenta.
                        Y eso que el vodka
                                                      a mí
                        me pone más melcocha que la fiebre.

                        El ron, en cambio,
                                       de puro triste,
                                  se me hace caramelo
                                  en el riñón.

                        ¿Se puede trasplantar un alma?


                                              5

                        Perillas cables perillas cables.
                              En el vaso,
                                       entre los hielos,
                              viene la canción.

                                        Allá en el fondo,
                             tras un sorbete roji-blanco-verde
                             y unas gotas de limón,
                             me mira la cariátide azulina.
                        Sí, la que se besa con el alto
                                  flaco-feo-triste-sucio-malo-tonto
                                               que no soy yo.

                              Bueno, bueno,
                                    lo cierto es que no está allí,
                                       en el fondo,
                        y que tampoco me mira,
                        pero nada de eso quita,
                               que ese malo-sucio-tonto-triste
                                        deba morir.


                                             6

                        La melodía dice:
                                 "¡El culo revienta!
                                                    ¡El culo revienta!"

                        Yo me quedo cabizbajo
                                 (a carcajadas)
                        para que no me atrape el futuro.

                                 Así quizá en mi camuflaje
                        me pueda esquivar
                                 de esa tromba coetánea...

                                 Pero, ¿qué es "coetánea"?
                                               ¡Ah! ¡Mejor me callo!


                                             7

                                 Sola sola sola
                                     tras la barra
                        ondulada y azul (eso por el foco)
                                 así te vi.

                        ¿Te vi?
                                    Te imaginaba.
                        A quien veía era a tu amiga
                        poética, irascible, encantadora:
                                     un mármol sin señal
                                     una nube de sueño
                                     una perla alada.

                        ¿Cómo? ¿Viniste sola?
                                 No la vi, entonces.
                        ¿La veía?
                              ¿A quién veía?
                        ¿Es que veía?

                        Princesa ondulada:
                                    Di a tu amiga que en mi sueño,
                              nadie como ella
                                    y pocas como tú.


                                              8

                                    Un rojo
                                             un azul
                                    Un rojo
                                             un verde
                                    Un rojo
                                             un amarillo
                        Luego un rojo un azul un verde un amarillo
                        Luego algo así como un violeta
                        y un índigo y un púrpura
                                    y un celeste y un durazno
                        y un melón y un frutilla y un naranja
                        y un triste plátano que se cuela
                                             adiós a su racimo
                        olvidado y algo negro en las esquinas
                        abierto y grácil como un beso azucarado
                        dulce y crema como una esponja alegre.

                                             ¡Que no se diga!
                                    ¡Que no se diga!

(Quito, 2006)


jueves, 21 de junio de 2012

El mar en la ventana












Para Claudia

                       I

Desde la ventana
     que da al parque
sostiene su mirada la muchacha
     que sueña con el mar.


                       II

Abajo
la urbe da vueltas
enlaza sombras y cristales
quiebra rumores y acompasa encuentros
vuelca en estertores multitud.

Pero la muchacha
ídolo de forma y de sosiego
ondula su melena ilusionada
                      y sueña con el mar.


                       III

¡Cuánta belleza se teje en su pupila!
¡Cuánto deslumbre la apuñala!

Los pétalos de uva de sus ojos
no reparan en estruendos o alborotos
y bailan a lo lejos
     destellos cristalinos          rocas verdes
     ponientes dilatados
                               sobre el mar.

Una red absorta
urdida de laureles y futuros
             pende alegre          esperanzada
del cuarto y la ventana que divide
el cielo
           el monte
                       el brillo
                                   y su reflejo
y en amplios espejismos azulinos
se tiende dilatada tras los cerros
sobre frágiles tumultos
que luchan sobre el mar.

Un párpado absoluto cobija a la muchacha
pero ella ensimismada
                         parece no mirar.


                       IV

Ni parque ni urbe ni ventana
     han visto a la muchacha que contempla
impávida y divina
     su baile sobre el mar.

Se sucede entera la mañana.
Va cayendo la luz
     repetida tras los cerros.
Entre las sierras
                         a lo lejos
     brilla el viento en soledad.

Afuera continúa
el tumulto informe de hombres y momentos.

Los ecos y sus voces
     rompen como olas
en escollos de tiempo y polvo de aire
al pie de la muchacha y su ventana sobre el parque.

Pero nada de eso importa.

La febril muchacha no perdona:
     el mar es su horizonte y a él se debe
     en él ha construido sus rumores
     hacia él va dirigido
                           su dulce cavilar.


                       V

¿Quién espera a la diva entre la arena?
¿Por qué esa sed salina
                             de brisa y de marea?

¿Qué busca el rostro ansioso de su deseo de espuma?

            ¿Por qué
                           sirena inmóvil
allá a lo lejos siembras tus murmullos
             anclada y pensativa
                           silente sobre el mar?


                       VI

A nadie es revelado el espejismo
del sino que se esconde en su mirada.

Atenta
                   delicada
                                        oscurecida
la muchacha se obsesiona en su delirio
y lejos va del mundo y sus aureolas
lejos
              hacia el fin del horizonte
lejos
              hacia el mar.

El pálido bullicio de la tarde
              tiembla quejumbroso          acobardado
en torno a la muchacha pensativa
                                              que mira sin mirar.


                       VII

Desde la ventana
     que da al parque
sostiene su mirada la muchacha
     que sueña con el mar.


(Quito, 2005)





domingo, 19 de febrero de 2012

Recuerdo III


(Para Elito y Eliza)


Hombre
dame la mano para sacarme de este pozo de sol
dame un espacio bajo tu techo
sacude mi mirada
limpia con tu paño mi sudor.

Hombre
todas mis miserias se han ido con la lluvia
con el pedazo de carne que has puesto en mi boca
con la red colgada en la que he dormido
con el corazón de la fruta que recogiste para mí.

Hombre
el horror y el vacío
el tedio y la mentira
la envidia, el odio, la decepción y el miedo
todo lo que en ti y en mí nos pudre como a ratas muertas
todo lo que nos hace vagabundas ilusiones, simples hombres
ahora es polvo lejano
hueste vencida.

Hombre
tu palma abierta
tu casa triste
tus padres y tus hijos.

Hombre
tus sueños, tus proyectos
tu empezar de cero y tu futuro adolorido.

Tu amor, hombre,
tu amor definitivo.

(Vila Jundiá, Brasil, 1/04/2010)


lunes, 6 de febrero de 2012

Visiones trasatlánticas (narcosis de A.P.)



Hoy apareciste en un sueño.

Estirabas el tiempo hacia más allá de las montañas,
hasta el lugar en donde no hay pasado ni futuro,
donde los pueblos guerrean por gobernar sobre las sombras de su
[sabiduría.

Era yo soldado y prisionero, yo mismo y mi doble,
a veces hombre, a veces nada más que un peón del cautiverio,
acaso un ancla en la repetición de lluvia sobre las rocas.

A veces era quien soy, y me acostumbraba al vaivén de la marea.

Por la mañana, hilos de seda,
por la noche, nieve.

Un grupo de mujeres cocinaba para mí (para nosotros),
y eran ellas nuestro pendón de ofrecimiento, nuestra paz en el hielo
[silencioso de las cumbres.
(Pienso en la corpulenta, sobre todo, a la que ni su marido podía
[doblegar,
tan distinta de aquella otra joven y delgada,
pequeña fruta en la cual confiar en medio de la jungla.)

Supe (lo sabíamos) que los antepasados de esas tierras habían sido
[bombardeados.
Lo vimos dibujado en un tiempo paralelo,
cuando los sabios corrían a campo traviesa (¡caos, pánico, fuego!),
traicionada su hermandad por quienes los atacaban desde el cielo.

Quien conoce el sentido de la vida humana
alcanza el fondo de la alegría.

Supe (también) que nada podría hacerse sin el pálpito genuino de
[nuestra sangre.
Por eso fue todo inmenso cuando llegó tu mensaje:
buscabas (como yo) la protección del presidio, el trabajo a cuestas
[contra la montaña,
la alegría de nuestra presencia detrás del muro de las fortalezas.

Quizá nunca recordaremos la celebración sagrada de la ofrenda,
imposible figura de artificio para quienes nada poseemos.

No dejes tu copa de oro
vacía, contra la luna.

Apareciste, pues: hemos llegado ya.
Atrás quedan nuestros mares y desiertos.
La llave, al fin, nos será entregada.


domingo, 8 de enero de 2012
































Llega cansado el fardo de la tarde,
quemando con cólera el pellejo de las piernas,
gruta y remolino del dolor sembrado en las espaldas.

Cuánto tiempo aquí tú y yo,
piedra,
de pie sobre la cumbre de todo lo que existe,
rostro de soberbia y vendaval,
gozo de la inútil prepotencia que elevamos
hacia el infinito polvo que nos cubre.

Mar envuelto en piedra soy,
grito de soledad ondeando una tempestad de lápida,
diminuto bajo la sombra de la nieve,
traslúcido cuerpo ante el sinfín de la hondonada.

Hay tanto frío en la piel,
que me quemo,
me quemo,
y es solo un soplo el retumbar del mundo que se agolpa
bajo los dioses que inventamos en el cielo.