miércoles, 23 de octubre de 2013


Pink Steam a todo volumen. Es como un hormigueo de tambores que solo para mí existen en el aire. Los golpeo furioso. Estoy cansado de hacerlo, pero no me detengo: no le tengo piedad a lo que me aprieta desde el fondo de las tripas.

Desde la mañana ha insistido una débil luz tras las cortinas. Viene agolpándose entre una garúa ácida y negra, como de augurios demoníacos, como de púas nacidas en la desolación de esta vigilia.

Odio esta lluvia inmisericorde y obstinada, la odio con toda la furia posible que crece en el corazón de mi abandono. La odio porque le temo, porque soy incapaz de oponerle algo más que mi silencio. Sé que viene a penetrar mi piel hasta volverse sangre en mis vísceras, olor de podredumbre al interior de mis huesos.

¿Cuán culpable se puede ser por esta rabia? ¿Cuán culpables nos hacen el exceso de la impaciencia y el miedo? Sí, soy culpable. Culpable de esta lluvia que ha durado por semanas. Culpable de volver a perderlo todo. Culpable.

Quisiera olvidar esta habitación en penumbras. Dentro de ella estoy poblado por ratas y figuras deformes que no son otra cosa que yo mismo. Killer eyes and a burning heart, babe, no tengo nada más. Desde el interior de las espinas que me habitan, te canto como le canto al vacío de las horas que pasan.

Hay algo demoledor y solemne en los páramos que imagino desde este oscuro rincón mío de sábanas y párpados hinchados. Algo que me convoca a la cólera de los días y al absimo de lo que ningún recuerdo es capaz de salvar. Y es que nada, nada merece ser salvado. Ni el fulguroso estruendo del amor envuelto en sus pétalos de sol y sus promesas de piedra.

¿Omnia vincit amor, Virgilio?

Bullshit.

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